martes, 3 de noviembre de 2009

A Mario Horacio Aguilar

Se enamoró de mí virtualmente, tal vez de mi poesía.
Me escribió varios poemas, a parte-citas mías. Jugando le iba mandando pedacitos de mi cuerpo, tal puzzle para que me descubra, se describa: ojos, boca, un lunar en el hombro…y él escribía con mucha pasión, con mucho juego y júbilo fascinación tal niño.

Finalmente este año, hace unos meses en uno de estos viajes a Buenos Aires nos conocimos personalmente, fue a buscarme al aeropuerto, ¡vestido con traje!, un verdadero caballero, con todos esos ademanes, un conocedor de la historia, de la geografía, de los suburbios, hombre de tango si los hubiera!

Desde un ventanal del bar del aeropuerto que daba al riachuelo estuvimos horas y horas conversando, es decir él hablaba, cantaba (era letrista de tango), argumentaba, mezclaba vida con obra, momentos de su accionar político, contó de sus amores, contó de las intimidades más hondas de sus amores, de sus pesares, de sus perspectivas, y yo y yo que fascinada, aprendiéndolo todo me dejaba llevar, entrever por la sombra de sus ojos por el sol de su gesto, si tuviera que escribir un par de palabras que lo adjetivizaran diría: pasional, hondura, con ganas de vivir, frontal, apostador de la palabra hasta la última chirola de por vida. Romántico…

Por pendiente me prometió algunas letras que necesitaba compartirme; por suerte se guardaron algunas fotos juntos de aquél momento, pero la mejor panorámica que me guardo es la del galope de su corazón donde sus ojos me decían desde este bajo continuo hasta este alta interrupción galopada que me da la existencia.

Mario, desde donde estés, mi recuerdo en el amor, como un tatuaje-tu sonrisa seductora- en la piel de mi memoria, queda.

Zijronot lebrajá.

Sensiblemente, Fanny

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