miércoles, 13 de octubre de 2010

Aniversario de Muestrario

















¡... cuantas sensaciones hemos compartido...!

Llegue de la mano de Liliana,
traído con cariño hasta Muestrario,
con dulce sabor a mejorana
y alguna comida en recetario.

He sido feliz con los amores
de amigos y señoras muy queridas;
ya libre de tristezas con las flores,
no tengo que buscar malas salidas.

La "pata la he metido" en ocasiones
mostrando los correos que privados,
mostraban los amores encontrados.

Gozando de sentir mil emociones
mi vida en un soneto se ha contado,
leyendo a mis amigos recostado .

¡ Felicitaciones, Muestrario !

Emilio Medina M.

miércoles, 6 de octubre de 2010

FELIZ CUMPLE, MARÍA

"María, la más mía, la lejana",
María, la de todos, la cercana,
María, amiga corazón de hermana.
Dulce tu voz, punzante tu mensaje,
la del nido que se hace a puro viaje,
la que sabe bucear en el paisaje.
María, la que busca, la que ayuda,
la infaltable como planta de ruda,
la infaltable aunque tanto se muda.
María, la que cumple los años,
años amables, huraños años,
la que supo ganarle a los engaños.
María, la más nuestra, la querida,
la poeta, la esposa, la atrevida,
la que es puro sueño, pura vida.
María, que no te asuste el trueno,
María, que el año te sea bueno,
María, que aprendas esloveno.

Jorge Luis Estrella

Poesía para María Concepción.







Me pediste una poesía, María Concepción.

Tal vez porque intuís que en el poema durás.

De su verdad artificiosa extraés lo mínimo

para cruzar de un amanecer a otro.



El salto de la alegría entre luz y sombras

lo ejecutaste sin duda alguna, sin temor,

también sin ningún reproche, sólo con amor.

Y la vida te concedió muchos deseos.



Ahora, sin conocerlo en persona, ganaste

el aprecio del poeta. En sus letras te evoca

El nota que creaste de la desesperanza

un futuro promisorio y guiaste a tus hijos.





Esta poesía la escribo con el corazón lleno de alegría.

Así te la obsequio.



Oscar n. Galante.

La Plata, 5 de Octubre de 2010

A una rosa -libro

A Mari Angeles, que escribe rosas.













A UNA ROSA - LIBRO


Rosa inmortal, grabada en la bandeja
por mano dulce y firme de artesana,
no has de temer al frío ni al mañana
ni al tiempo que de todo nos aleja.


Eternamente altiva, nunca añeja
se caerá tu corola en triste y vana
petición de vivir; eterna y sana
te abrirás siempre al libar de la abeja.


Qué consuelo el mirarte recreada
como un abierto libro de belleza,
a salvo de la muerte, descansada,


diosa inmortal de eterna sutileza.
Y a todo el que te lee tú sabes darte,
rosa infinita, como un don del arte.


Blanca Barojiana

lunes, 4 de octubre de 2010

LA MUERTE DE LA ALEGRIA Y LA INOCENCIA










A mi mamá in memoriam, a mis hermanitas Rachel y Rebecca
quienes eran bebitas cuando yo experimentaba estas cosas

Cuando fui dulce en medio del tabú y la miseria circundante,
era porque te tenía, Abejita,
era porque eras tú
mi alegre sabiduría...
Tú sabías confirmar mis sentimiento:
yo quería al niño que llevó sus piojos
a la escuela y los echó en muchas cabezas.
En todas, menos la mía.

En festejo, me hurgarías tú
el cabello, con yemas de tus dedos,
shampoo, con yemas de huevos y qué gozo,
que me acariciaras, palmo a palmo mi cráneo...
mira si lo recuerdo que agradezco
al muchacho piojoso, el milagro oportuno
de tus manos en dulce rastreo
que me da miel de tus manos, que me da hebras
de tus bendiciones.

Quise aquella hijastra de los tuberculosos,
nieta de aquel fumador tan apestoso
y que tosía y se quedaba tieso, con su gargajo
asfixiando su pecho, sí aquel vecino
cuya mujer fue muy puta, porque Clarita
tenía ojos verdes y seguía flaquita, ardiente
aunque ya no era hermosa, ni medianamente jovenzuela
y su nena, con sólo pantaletas, corría a mí
y me surtía con abrazos. Ni siquiera eran besos
ni siquiera sabíamos qué es estar enamorados
o el sentirse fascinado por algún deseo,
yo era inocente, y no me dijíste échala.
Valoraste su dignidad sin asco,
era una linda niñaja sin otra riqueza
que inocencia, una sed de cariño
con el ombligo al aire, en pantaletas.

No había problema con bañarme
colectivamente, junto a toda la muchachería
porque es mayo y llueve y bajo el agua
da gusto irse desnudo, como en la romería
y cagarse de gozo; yo era dulce y arisco
como un gato, hambre de júblo me engordaban
tales cosas, pero contigo era sumiso
y te podría contar dónde, cómo, qué hice
y saber que no habrá ningún castigo.
Tal vez, no, siempre tu forma que extraño
tu sutil exhortación que canaliza
el cuidado, protecciones, cautelas...

Habrías podido matarme y yo decirte te adoro.
Yo contigo aprendí todo, a querer dibujar
porque tú dibujas, a querer cantar porque tú cantas.
Quería silvar como silvas, pero mi aliento o mi boca
no aprendía tu silvo; yo creí a ciegas en Dios
porque tú eres judaica y tienes un corazón
de sefardita; yo era dulce
en medio del tabú y la miseria circundante,
y me creí el más rico, el más listo de todos
y no dolía ser pobre
porque te tenía, reina-Abejita,
y por tí me creí amado del Universo entero,
y con garantes de todo tipo, así que, si a tí preguntara,
lo más arduo, seguro que vendrías
con abundancia de respuestas y soluciones.

A tí es a quien se quiso, yo sólo era una sombra
de tu paso por el mundo, sombra más muda
porque tú si sabías, a mi juicio,
la razón de todas las cosas, cada secreto
y dolor del vecindario y cómo hacer milagros de justicia.
Eres la sanadora del planeta, tú, enfermerita milagrosa,
que curaste mi ceguera con borra de café
y que sacaste de mi barrigota una legión
de lombrices y parásitos, curaste mi farfallota
y mis varicelas... ¡Cómo te sanadoras
tus manos son que mi tez es comparada
con la loza!

Y mecosíste la mayor parte
de mis pantalones (y camisas) y eso que eras
costurera aficionada, peluquera sin título,
partera por necesidad de las más pobres
vecinas de aquel barrio, tú servías para todo
y yo (para nada), bueno... sólo para darte compañía.

Y, por señas tan orondo: ¡ah, por mi madre hacendosa!
Una genia en las comunas y, seguido ya que cortaste
mi cabello, presumido: es mi mamá quien lo corta y lo peina
y me hace este gallo y esta compartidura
y me alimentabas (nunca me faltó pan a tu lado
ni algo que echar como merienda en mi fiambrera)
y, más ufano, en el colegio, anunciaría
que no recuerdo un día que me pegaras;
ni un Día de Reyes o Navidad si algún regalo.
(¡Que lo sepan las adineradas de mi pueblo:
la madre de él es la razón de su dicha!)

Para que yo me enorgullezca no se necesitó
otra cosa que esta confianza en su amor,
el diálogo y, conste, prescindo de la idea
de que por hacerme defensa
sacó su cresca y su ira, madre de agallas;
tú no podías verme vencido por alguna tristeza,
o amenaza y por eso, casi faldero,
si salías, yo quería ir contigo.

Díme, abejita, si un infierno de vuelos te ocasione
el cansacio, oh, mamá yo me canso contigo, te auxilio.
Te doy mi aliento, si te acosa el asma,
te doy todas mis alas. Las agito yo, si tú no las agitas.

Contigo el mundo es dulce aunque haya penuria...
Y en medio de lo prohibido,
¿quién me vencerá o negará justicia
a nuestras causas? No en medio del tabú
y la miseria circundante, cuando estabas
viva y yo, por tal razón, a mi alegría
la designé el dulce panal de tu reino...
pero un día te perdí
y contigo se fue la educación en la inocencia.
La injusticia vino a ocultar el recuerdo,
a dementir lo que dices, a dar recomendaciones
que no son las que enseñaras.

Estos otros me dicen:
«No dejes que una niña, hija de puta,
coquetée, se te abrace y venga
con ínfulas de novia o de amiga».
«Tú no puedes hacerte asiduo de El Pulgoso,
si es quien lleva sus piojos a la escuela;
no te juntes con tal o cual palomilla,
acuérdate que la gente juzga
hasta por lo que sólo es aparente».
«No te digas, obrero, porque educado has sido
como Hijo del Libro, y tu moral ha de ser
santa como la Torah».
En el mundo hay conflictos, polémicas,
violencias, no te metes con él, no contiendas,
sé apolítico, no te arrimes ni ayudes a nadie
a no ser que te convenga...»

Ha muerto mi madre
y el mundo cambia con ella.
¡Qué extraño es cuando todo el mundo
ahora me predica que vale la pena ocultar
lo que realmente se piensa!
Que hay que ser hipócrita, insolidario,
que no permita que nadie hurgue dulcemente
mi cabeza ni vea que estoy desnudo
porque el mundo está lleno de líbido asquerosa
y gente que tiene tisis, gonorrea,
vicio por sangre y malos pensamietos
y no merecen mi cariño ni ayuda...
por eso sé que estás muerta, Abejita,
porque en medio del tabú y la miseria circundante,
ya no tengo a mi lado dulzura, sólo recelo
y tabú y a mi oído, instruyéndome,
hay cosas tan distintas
a tu sabiduría...

Ahora siento, sin tus protecciones,
que los ángeles, no sólo mueren. Los matan.
Todo el prejuicio y el odio militan más que los generosos
y las abejas nacen sin alas
y ninguno alza su vuelo ni confirma que el mundo
puede sostenerse en pos de una inocencia eterna.

2000 / Del libro Las zonas del carácter / CARLOS LOPEZ DZUR